Ben Diez (Shì Chuán Fǎ)
Abad de Zen Oviedo

En una relación verdadera hay un espacio que no debe ser visto por nadie más. Ni por la familia. Ni por los amigos. Ni por los compañeros de trabajo o de sangha. Nadie. Ese espacio es como el Santo de los Santos: solo entran quienes han hecho un pacto eterno. Todo lo que ocurre ahí —las palabras, los silencios, los gestos, los mensajes, los cuerpos, los acuerdos— pertenece exclusivamente a la pareja.

Hombre construyendo una cerca de piedra
Debemos construir una «cerca de piedra y una puerta con cerrojos» alrededor de nuestro vínculo sagrado.

Compartirlo con otros —aunque sea un simple mensaje privado o una conversación— es una profanación. Una traición. Convertir el altar en escaparate. Porque lo íntimo, cuando se muestra, se deshace. Cuando se cuenta, se banaliza. Cuando se comenta, se contamina. Deja de ser vínculo y se vuelve relato. Deja de ser fuego y se vuelve ceniza.

Este principio no solo se aplica al vínculo amoroso. También se aplica a nuestra práctica espiritual. Si el maestro nos confía una enseñanza en lo íntimo, no se comparte. Si nuestra práctica nos revela algo verdadero, no se explica. No por miedo, ni por egoísmo, sino por reverencia. Lo más alto se vive, no se cuenta. Y lo que de verdad importa no se expone: se protege.

La práctica personal es como la alcoba. Como el cuerpo desnudo. Como el susurro del maestro en un momento irrepetible. Sacarlo fuera de su lugar es desvirtuarlo. Pedir opiniones es degradarlo. Contarlo —aunque sea con buena intención— es arrancarlo de la tierra donde podía echar raíces. Es como desenterrar una semilla justo cuando empezaba a germinar. Lo íntimo solo florece si se guarda.

El recato no es represión. Es reverencia. Es la práctica de custodiar lo sagrado en silencio, como quien cuida una llama. Lo que se comparte en la intimidad no se repite. No se explica. No se justifica. Porque en ese espacio no hay espectadores: solo dos seres —o uno y su maestro, o uno y su práctica— sosteniéndose mutuamente ante el misterio.

Esto también es zen. Esto sobre todo es zen. No sentarse en un cojín a jugar a la calma, sino custodiar con coraje lo que transforma de verdad. La cama compartida es un altar. La conversación privada, un mandala. El cuerpo amado, la práctica honesta y la palabra transmitida en confianza son sagrados. Y si alguien te dice que exageras, observa su vida: sin duda será una existencia en ruinas.

No hay despertar sin recato. No hay recato sin silencio. Y sin eso, no hay vínculo sagrado, ni práctica, ni transmisión: hay teatro.

¡Paz!


Última revisión: 16 de abril de 2025