Ben Diez (Shì Chuán Fǎ)
Abad de Zen Oviedo

En el mundo antiguo, el recato no era solo una actitud: era un principio estructural. La forma de construir las casas reflejaba la conciencia de que lo íntimo debe permanecer resguardado. En al-Ándalus, las viviendas no se abrían hacia la calle, sino hacia el interior: fachadas sobrias, sin ventanas al exterior, protegían el corazón de la casa —el patio central, donde florecía la vida familiar. Era un espacio de luz, agua y sombra, invisible para el transeúnte, pero lleno de sentido para quienes lo habitaban.

Dormitorio sin intimidad expuesto a las miradas de la calle
Dormitorio sin intimidad expuesto a las miradas de la calle

Lo mismo ocurría en las casas tradicionales de Marruecos, Siria o Irán, donde tanto las viviendas comunes (dār) como las casas ajardinadas de familias acomodadas (riads) se organizaban en torno a un patio interior. El acceso solía hacerse por un pasillo en ángulo, diseñado para impedir que desde la entrada pudiera verse el corazón del hogar. Incluso en el judaísmo antiguo y el mundo grecorromano, muchas viviendas seguían principios similares, protegiendo la intimidad doméstica del ojo público. Y algo parecido puede verse también en la arquitectura popular de la península ibérica: los corrales de vecinos —tan presentes en Madrid y otras ciudades— protegían la vida cotidiana mediante un patio central al que solo se accedía desde un portal cerrado, manteniendo el interior lejos de las miradas de la calle.

Esta arquitectura no era solo funcional: era una expresión ética. Comunicaba sin palabras que el hogar no se exhibe, se guarda. Que lo sagrado necesita contorno. Que hay un umbral, y cruzarlo debe ser un acto de respeto.

Volviendo a la tradición judía, en el libro de Números, el profeta Balaam alaba a Israel con las palabras: «¡Qué buenas son tus tiendas, Jacob; tus moradas, Israel!» (24:5). ¿Qué vio? Que «ninguna tienda estaba orientada hacia la otra», según explican los sabios: cada hogar protegía su interior de miradas ajenas. Esa decisión arquitectónica fue suficiente para que la presencia divina reposara sobre el pueblo.

En la halajá judía, este principio tomó forma legal bajo el nombre de ‘hezeq reiyáh’ —«daño causado por la mirada». Se prohíbe incluso construir una ventana si con ella se puede ver el interior del hogar del vecino. El Shulján aruj (Joshen Mishpat 154:3), el gran código legal judío, lo deja claro. No se trata solo de mirar, sino de no posibilitar que otros miren. Es una responsabilidad activa.

Por eso, abrir deliberadamente las ventanas y permitir que se vea el interior del hogar desde la calle es un disparate, una renuncia absurda al recato más básico. Una casa no es una vitrina. No está para ser exhibida. Su interior es sagrado. En la tradición, el hogar es un mishkán meat, un pequeño santuario: el lugar donde se encarna la vida espiritual, la familia, la intimidad, la pareja. ¿Y qué santuario se construye con muros de cristal?

No se puede hablar de recato si uno expone su vida ante los ojos del mundo. Quien abre las ventanas de su hogar a la calle está, quizá sin saberlo, profanando el espacio que debería cuidar con más reverencia.

¡Paz!


Última revisión: 1 de abril de 2025