Estructura (30 m)

[Campana, campana, campana]

[Tres respiraciones conscientes]

(Sábado: El Shabat está llegando a su fin.) No es bueno que el hombre esté solo. Aún es martes 3 de junio de 2025. (Viernes: Se acerca el Shabat.) Esta noche, el sol se pondrá en Oviedo a las 21:59 y llegará a su nadir a las 02:23.

[Campana]

1. Namo tassa

Namo tassa bhagavató arahato sammāsambuddhássa (x3)

Honor al Bienaventurado, al Venerable, al Perfectamente Despierto.

[Campana]

2. Consagración del vínculo sagrado

No nacemos completos.
Nacemos mediados: varón o hembra.
Llamados a unirnos.
A hacernos una sola carne.

[Campana]

«¡La voz de mi amado!
Miradlo, aquí llega,
saltando por montes,
brincando por lomas.
[…]
Habla mi amado y me dice:
Levántate, amor mío,
hermosa mía, y vente.
Mira, ha pasado el invierno,
las lluvias cesaron, se han ido.
La tierra se cubre de flores,
llega la estación de las canciones;
ya se oye el arrullo de la tórtola
por toda nuestra tierra.
[…]
Mi amado es mío y yo de mi amado,
que pasta entre azucenas»
~ Cantar 2:8.10-12.16

[Campana]

3. Gatha de la tarde

El día se va apagando.
Día y noche, el Dharmakaya se despliega.
Sonrío.
Con atención suficiente y cuidadosa
dejo atrás el ruido del mundo.
Hago el voto de renunciar a las distracciones,
de seguir abriéndome al vínculo sagrado,
de vestirme siempre con preceptos y recato.
Que el sol de la sabiduría guíe nuestros pasos.

[Campana]

4. Respiración consciente (20 m)

Nos preparamos para zazen. Adoptamos una postura estable y cómoda, para sentarnos en quietud. Si hay que moverse, que sea con cuidado.

[Campana, campana, campana]

[Campana]

5. Lectura del Eclesiastés

Lectura del Eclesiastés:

[Campana, campana, campana]

[Reverencia profunda]

«Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios. En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu brevedad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu brevedad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol. Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría» (Eclesiastés 9:7-10).

[Reverencia profunda]

6. Protección del vínculo sagrado

[Campana]

«¿Qué es eso que sube del desierto,
parecido a columna de humo,
sahumado de mirra y de incienso,
de polvo de aromas exóticos?
Es la litera de Salomón,
escoltada por sesenta valientes,
la flor de los valientes de Israel:
todos son diestros en la espada,
todos adiestrados en la guerra.
Cada uno con su espada a la cintura,
por temor a las alarmas de la noche.»
~ Cantar 3:6-8

[Campana]

7. Mantra del Sutra del corazón

Gate gate pāragate pārasaṃgate bodhi svāhā (x3)

Apartados del mundo.
Más allá de la identificación con las apariencias.
Más allá de todas las falsas identidades.
Reconocemos nuestra naturaleza original que se expresa:
en el profundo anhelo de completarnos en el sagrado vínculo de pareja,
reuniendo hombre y mujer en una sola carne, nuestra forma verdadera,
en los preceptos,
en el recato,
en la buena voluntad,
en el desapego material,
en la atención suficiente y cuidadosa,
en el disfrute de las cosas sencillas.
¡Gozo!

[Campana]

8. Fuerza sagrada del amor

«Ponme como sello en tu corazón,
como un sello en tu brazo.
Que es fuerte el amor como la muerte,
implacable como el Seol la pasión.
Saetas de fuego, sus saetas,
una llamarada de YHVH.
No pueden los torrentes apagar el amor,
ni los ríos anegarlo.»
~ Cantar 8:6-7

[Campana]

9. (Viernes) Bienvenida del Shabat

Mesa de Shabat

Al llegar la noche del viernes, se dice que la Shejiná, esposa de YHVH, acude para unirse con Él en la intimidad del Shabat.

Ella es también la Sulamita del Cantar: hermosa, recatada, deseada, fielmente consagrada a su Salomón. Dos cuerpos, una sola carne.

Su llegada no es símbolo abstracto, sino invitación real: a celebrar su unión en nuestros hogares, vistiéndonos para la ocasión, encendiendo las velas —una es él; la otra, ella—, con una cena especial. Y si vivimos en pareja, con descanso compartido, con cariño, con cuidado, con encendida intimidad.

Así se repara el mundo: con el resplandor de dos llamas que, al unirse, iluminan la noche. No es fuego humano: es llamarada de YHVH.

Y si aún estamos solos, nos vestimos y encendemos también las velas, y preparamos la mesa, el cuerpo y el corazón —nuestra vida entera— para invocarla y hacernos dignos de ella.

Cantamos para recibirla con alegría:

Lejá dodí likrat kalá, pene Shabat nekabelá.

Ven, amado mío, a recibir a la novia; acojamos el rostro del Shabat.

[Campana, campana, campana]

9. (Sábado) Despedida del Shabat

El Shabat concluye, el día de descanso.

Se dice que la Shejiná parte para acompañar al pueblo en el exilio. La verdad es más terrenal: la Shejiná es cada esposa que se une a su hombre; el Santo, bendito sea, cada esposo que se une a su mujer.

El Shabat nos recuerda que no hay bendición sin unión, que nuestra forma original es varón y hembra, una sola carne. Entremos en nuestros huertos, guardados con cercas de piedra y puertas con cerrojos; comamos sus exquisitos frutos. Apresuraos todos.

Por eso, aunque el Shabat termine, no termina el gozo. Porque para nosotros, cada día es celebración: vivido con nuestro ser amado, con cariño, con cuidado, con recato.

No busquemos otra cosa. Este es el verdadero despertar.

[Campana, campana, campana]

Despedida


Ben Diez (Shì Chuán Fǎ)
Abad de Zen Oviedo

Mi amado es mío y yo de mi amado

«Mi amado es mío y yo de mi amado.»
~ Cantar 2:16

Esta no es una frase romántica. Es un acto. Una alianza. Una consagración.

En el mundo moderno, la pertenencia suena a prisión. Pero esta pertenencia es libertad. Porque no nace del miedo ni de la costumbre, sino del reconocimiento lúcido de lo que somos: uno para el otro. Uno con el otro. Uno en el otro.

Decir «mi amado es mío» no es proclamar posesión egoísta. Es declarar el pacto que ordena el deseo, que lo vuelve fecundo, que le da dirección y forma. Es renunciar al caos de las puertas abiertas y elegir un solo umbral, una sola carne, una sola vida compartida con todo el cuerpo y toda el alma.

Decir «yo soy de mi amado» es aún más radical. Porque es rendirse. Es entregarse sin condiciones a quien también se ha entregado. Es el gesto más alto del amor verdadero: una entrega mutua plena, donde no hay reservas ni repliegues, solo fidelidad recíproca que se vuelve hogar.

Esta frase no se pronuncia desde la emoción: se recita con solemnidad, como un mantra encarnado. No es declaración efímera, sino liturgia de la forma. No hay nada ni nadie más importante que nuestro ser amado, que nuestra mujer o nuestro marido.

Cuando la recitamos cada atardecer, no estamos diciendo algo bonito: estamos sosteniendo el vínculo con cuerpo, con gesto, con voz. Estamos manteniendo encendida la llama que el mundo no puede apagar, porque no entiende su origen. No es fuego humano: es llamarada de YHVH.

Quien ha sellado su vida con este pacto no necesita más pruebas. Solo necesita vivirlo, cuidarlo, y volver a pronunciarlo una y otra vez —como se besa el anillo nupcial, como se inclina uno ante lo sagrado— hasta que sea la propia respiración quien lo diga en silencio:

«Mi amado es mío y yo de mi amado».

¡Paz!

Custodiado por valientes

«¿Qué es eso que sube del desierto,
parecido a columna de humo,
sahumado de mirra y de incienso,
de polvo de aromas exóticos?
Es la litera de Salomón,
escoltada por sesenta valientes,
la flor de los valientes de Israel:
todos son diestros en la espada,
todos adiestrados en la guerra.
Cada uno con su espada a la cintura,
por temor a las alarmas de la noche.»
~ Cantar 3:6-8

No basta con amar en el corazón. Hay que custodiar el amor con el cuerpo entero. Porque todo amor sagrado —cuando es recatado, exclusivo, fecundo— despierta enemigos. Los enemigos externos nunca desaparecen: el mundo seguirá atacando lo que no comprende. Pero los internos —el hábito, la pereza, la nostalgia del mundo, el deseo de puertas abiertas— solo acechan mientras el amor aún brota, mientras la forma no se ha consolidado. Una vez hecha la unidad, cuando ya son una sola carne, esos susurros se desvanecen, y el alma entra en quietud. La guardia permanece, pero ya no para proteger algo frágil, sino para custodiar algo sagrado.

La litera del amado no avanza sola. Sube del desierto, fragante y hermosa, pero no está desprotegida. Está escoltada por valientes. No por místicos que levitan ni por filósofos que especulan. Por hombres concretos, guerreros con espada al cinto, listos para la voz de alarma. Porque el amor, cuando es sagrado, necesita una guardia.

En Zen Oviedo, esa guardia se llama preceptos, recato, atención cuidadosa, forma visible. Se llama jornada ordenada, liturgia diaria, cuerpo protegido. Cada uno de nosotros está llamado a ser uno de esos sesenta:

  • Diestro en el arte de cerrar puertas.
  • Entrenado en la guerra contra las asechanzas del mundo y los susurros del ego.
  • Firme ante los peligros de la noche.

Lo valioso se protege, y lo más valioso se protege a toda costa, con cercas de piedra y puertas con cerrojos. Aquí no se custodia un templo vacío ni una doctrina abstracta, sino el vínculo sagrado entre un hombre y una mujer que se han hecho una sola carne. No hay nada más importante que nuestra mujer o nuestro marido, que nuestro vínculo sagrado. Por eso luchamos. No con violencia, sino con forma. No con ira, sino con firmeza amorosa. Porque el amor limpio, exclusivo y fecundo no florece sin defensa.

Cada tarde, al cerrar el día, esta imagen nos recuerda lo que está en juego:

  • El amor no es solo ternura: también es firmeza y responsabilidad activa.
  • La litera no es solo belleza: también es camino y fortaleza.
  • Y la noche no es solo descanso: también es territorio de prueba.

Que esta imagen habite nuestros corazones: una pareja que avanza en la penumbra, envuelta en incienso, llevada con dignidad, custodiada por valientes. Nosotros somos esa escolta. Nuestra vida, esa litera.

¡Paz!

Una llamarada de YHVH

«Ponme como sello en tu corazón,
como un sello en tu brazo.
Que es fuerte el amor como la muerte,
implacable como el Seol la pasión.
Saetas de fuego, sus saetas,
una llamarada de YHVH.
No pueden los torrentes apagar el amor,
ni los ríos anegarlo.»
~ Cantar 8:6-7

Así habla el Cantar. No como metáfora, sino como revelación.

El amor verdadero no es una emoción: es una fuerza absoluta, tan irrevocable como la muerte, tan exigente como el Seol. No nace del instinto ni se reduce a lo biológico. Es una llamarada de YHVH. Una flecha encendida lanzada desde el misterio. Un fuego que marca para siempre. Una pasión que no puede comprarse ni sustituirse. Y que ningún río —ni el del tiempo, ni el del sufrimiento, ni el de la costumbre— podrá apagar.

Por eso, solo el amor verdadero da sentido a la muerte. No porque la niegue, sino porque la iguala: Así como la muerte reclama todo el cuerpo, el amor también lo reclama entero.

Y solo quien ha amado con todo el cuerpo y con toda el alma, puede mirar a la muerte y decir: «Mi vida ha merecido la pena».

El mundo moderno teme a la muerte porque ha perdido el amor verdadero. Y ha perdido el amor porque ha perdido la forma. Pero tú no. Tú, que has sellado tu vínculo con preceptos, con recato, con atención cuidadosa, con cuerpo, puedes descansar. Porque ya has encontrado tu casa.

El amor, cuando es sagrado, no necesita más pruebas. Solo necesita fidelidad. Y custodia. Y entrega sin retorno.

Cada noche, al cerrar el día, recordamos este fuego. No para idealizarlo, sino para vivirlo. Con actos concretos, con gestos sencillos, con cuerpo presente. Y si alguna vez el mundo te dice que tu forma es demasiado intensa, demasiado antigua o demasiado radical, recuerda: las flechas de tu amor no son tuyas. Son de YHVH. Y su llama es más fuerte que la muerte.

¡Paz!

¿Qué es zazen?

Zazen no es una técnica, ni un esfuerzo. Es el arte de quedarse en silencio y quietud junto al fuego. Dejar que el ego —con sus ruidos, sus miedos, sus explicaciones— se calle poco a poco, hasta que la voz del alma empiece a susurrar.

Esa voz no grita. No da órdenes. Es un sol callado que nace dentro. Un sol de sabiduría que, mientras nos sentamos, asciende sin palabras.

Y cuando termina la sesión, no termina el zazen. Porque ese sol sigue brillando en nuestros pasos. Ilumina las decisiones. Purifica el deseo. Da forma al día… y a la noche.

Zazen no es sentarse a escapar del mundo. Es sentarse a escuchar la forma que el alma quiere tomar. Es dejar que la llama de lo sagrado nos empape… y nos transforme. Es custodiar en silencio el fuego sagrado, como quien vela el altar interior. Y levantarnos después con el cuerpo lleno de claridad.

Eso es zazen: escucha y fidelidad a la voz primigenia que habita en nosotros.

¡Paz!



Última revisión: 3 de junio de 2025