Maestro Ben Diez
Cartas a una estudiante en proceso
El maestro Ben Diez (nacido en 1977) inició su camino espiritual a los 16 años, cuando visitó un templo zen por primera vez en medio de una crisis existencial. Aquella experiencia despertó en él un anhelo vital de comprender la realidad más allá de las apariencias, y marcó el inicio de una vida consagrada a la práctica, el estudio y la transmisión del Dharma.

Templo Xūyún en Honolulu, Hawái
En 1998, fue ordenado sacerdote en el templo Xūyún de Honolulu, sede de la Asociación Budista China de Hawaii. Recibió el nombre en el Dharma de Shì Chuán Fǎ, que significa «Transmisor de la Enseñanza del clan Shākya», en una ceremonia presidida por el maestro Zhìdìng (1917–2003), discípulo directo del venerable Xūyún (1840–1959), figura clave en la restauración del zen chino moderno.
Aquel momento no fue un simple rito de paso, sino el inicio de un compromiso de por vida: vivir y encarnar el Dharma sin imitación ni sincretismo, con fidelidad radical a la verdad viva.

El día que tocó el amor
No fue en un monasterio. Ni en una ceremonia. Fue en una casa pobre, a las afueras de Fez, en 2007. Allí vivía el anciano shayj Mulay Bashir, casi ciego, junto a su esposa. No tenían casi nada, pero lo que compartían era todo: una ternura viva, un vínculo silencioso, una presencia que llenaba el aire.
Ese día, sin discursos, el maestro Ben comprendió lo que sería su camino: una vida sellada en amor, con recato, con pacto, con fecundidad. No el celibato vacío, no la renuncia por evasión, no la iluminación desencarnada, sino una vida de dos: encarnada, protegida, consagrada.
Al final de la visita, el shayj partió un trozo de pan y se lo ofreció:
«Esto es mi baraka. Te la doy».
Y no fue símbolo ni cortesía. Fue transmisión real. Como quien entrega algo vivo que no se puede devolver. Esa baraka no solo le cambió a él: incluso el conductor marroquí que le acompañaba, escéptico hasta entonces, rompió a llorar sin consuelo durante todo el trayecto de vuelta.
Allí comenzó Zen Oviedo. No como doctrina, ni como técnica. Como forma de vida nacida de ese instante de amor real. El maestro Ben ha dicho muchas veces que todo lo que enseña hoy nació en ese silencio compartido entre un hombre y una mujer santos, en una casa pobre, sin espectáculo ni discurso, solo con presencia.
Viaje a China y encargo de transmisión
En 2002, viajó a China para recorrer algunos de los grandes monasterios del chán. En Bǎilín, donde aún se honra el legado del maestro Zhàozhōu (778–897), vivió inmerso en el ritmo monástico tradicional. El abad Jìnghuì (1933–2013), también discípulo del venerable Xūyún, le confió un encargo explícito:
«Adapta el zen con valentía y autenticidad para los occidentales».
Ese mandato marcó un punto de inflexión. En lugar de replicar formas japonesas o idealizar el modelo monástico, el maestro Ben comenzó a vislumbrar una nueva encarnación del zen en tierra propia —como ocurrió en China cuando el Dharma indio se transformó al contacto con el Tao.
Uno de los momentos más reveladores de ese viaje ocurrió en Nánhuá, el monasterio del sexto patriarca Huìnéng (638–713). Durante un combate del Dharma, respondió con lucidez a una pregunta del abad. Pero este, con un seco «¡Bah!», dejó al desnudo el orgullo escondido tras su respuesta. Aquella desaprobación no fue un rechazo: fue un espejo. Y en ese espejo, comprendió que el zen no se trata de respuestas brillantes, sino de la verdad desnuda que se manifiesta en el corazón, sin autoengaño.
Encuentro con Thich Nhat Hanh
En 2001, había participado en el retiro de invierno de tres meses en Plum Village, bajo la guía del maestro zen vietnamita Thich Nhat Hanh (1926–2022). Allí tradujo charlas del Dharma al español y recibió el nombre en el Dharma de Gran Amabilidad Amorosa del Corazón.
Uno de los episodios más significativos se dio cuando compartió públicamente sus dudas sobre el celibato, nacidas de sueños con la vida en pareja. La respuesta de Thay —centrada en consejos para reprimir el deseo— le resultó decepcionante. Otro maestro, con honestidad, le dijo simplemente: «Cuando descubra cómo resolverlo, te lo contaré».
Esa experiencia lo llevó a cuestionar el ideal monástico como vía superior. Comprendió que la vida en pareja no es obstáculo, sino centro. Que no se trata de reprimir el deseo, sino de santificarlo. Que el cuerpo no se niega: se habita con recato, claridad y fidelidad.
Y, sin embargo, en ese mismo retiro, vivió una sanación profunda. En una aparición inesperada, Thay entró a una sala y comenzó a cantar canciones populares vietnamitas. Su voz, quebrada por la vejez, tocó algo muy hondo. El maestro Ben rompió a llorar. Un llanto largo, antiguo, reparador. Allí comprendió que la verdadera transmisión no ocurre a través de discursos, sino de presencia viva y corazón abierto.
El alma hebrea del zen
Durante más de veinte años estudió y practicó judaísmo con intensidad. Finalmente, en un encuentro íntimo con el rabino Rami Shapiro, fue reconocido como «un judío entre judíos, con pleno derecho a luchar con nuestro Dios». Aquel momento no fue una conversión, sino un reconocimiento de linaje espiritual. Desde entonces, el Génesis, el Eclesiastés y el Cantar se volvieron textos centrales en su práctica.
El vínculo con el sufismo se profundizó posteriormente a través de numerosos viajes por Marruecos. Además de encuentros espirituales, enseñó meditación zen a grupos sufíes en Marrakech y Agadir. En uno de esos viajes, en 2022, participó en un retiro itinerante con el shayj Moulay Mortada, sucesor de Abdalqadir as-Sufi (1930–2021). Allí se fortaleció la convicción de que la vía verdadera florece donde hay amor fiel, forma viva y devoción compartida.

Jesús Martínez y el zen de la manga ancha
Durante su etapa en Barcelona (1998–2002), el maestro Ben compartió amistad y visión con Jesús Martínez, monje zen de la escuela sōtō japonesa y director del histórico Dojo Nalanda. Juntos cultivaron un «zen de la manga ancha»: sin rigidez ni misticismo vacío, donde lo sagrado se encarna en lo cotidiano con naturalidad.

Jesús solía citar el Sutra de los Kālāmas, que invita a no creer en nada por tradición o autoridad, sino por la luz que genera en la propia vida. Esa actitud crítica y honesta atraviesa hoy todo Zen Oviedo.
Zen Oviedo: una nueva encarnación del Dharma
En 2024, el maestro Ben fundó Zen Oviedo, no como una escuela más, sino como una nueva forma de zen: un zen con alma hebrea, nacido del linaje del venerable Xūyún, pero también del pan compartido con un shayj casi ciego y su esposa fiel,
en una casa pobre que irradiaba lo que ningún templo pudo ofrecer: el amor sagrado entre dos.
Zen Oviedo no idealiza el celibato. Lo reconoce como una de las grandes corrupciones del camino. Aquí, el despertar no es evasión, sino forma encarnada de vida lúcida, sellada, fecunda y compartida. La sexualidad no se reprime: se consagra. El cuerpo no se elude: se habita. La pareja no se tolera: se venera.
Zen Oviedo es un refugio para quienes han visto la locura del mundo moderno y no quieren disolverse en ella, sino vivir con claridad, con orden y con un vínculo sagrado de pareja.
Aquí, el zen no se importa. Florece.
Basta sentarse con alguien para que ocurra la transmisión.
El shayj es contagioso.
Si te sientas al sol, te quemas.
Eso es todo.
~ Shayj Muhammad ibn al-Habib (1876–1972)
Última revisión: 1 de junio de 2025