Basados en las enseñanzas del venerable Xūyún (1840–1959), el maestro zen chino más importante de los tiempos modernos y abuelo en el Dharma de nuestro abad, el maestro Ben Diez (Shì Chuán Fǎ), estos cuatro prerrequisitos han sido cuidadosamente transmitidos por generaciones de practicantes serios.

En Zen Oviedo los honramos y los adaptamos con plena fidelidad al espíritu del Dharma hecho vida: encarnado en lo cotidiano y cultivado con lucidez. No son reglas. Son condiciones necesarias para que la práctica dé fruto.

Interconexión de todos los fenómenos, donde seres humanos, animales y la naturaleza se entrelazan en una red dinámica.

Todas nuestras acciones tienen consecuencias.

Cada pensamiento, cada palabra, cada gesto —por insignificante que parezca— se propaga en la red de la existencia. Si no comprendemos esto con claridad, viviremos guiados por el capricho, sin ver las repercusiones de nuestros actos. Y las consecuencias serán inevitables: sufrimiento y relaciones desastrosas.

Como enseñaba el venerable Xūyún: «Si plantas una semilla de melón, recogerás melones; si plantas una semilla de judía, recogerás judías». Esta verdad no es moral, es estructural: lo que sembramos en el universo —consciente o inconscientemente— vuelve. Comprender esto de manera profunda transforma nuestra forma de pensar, de hablar y de actuar. Nos volvemos más lúcidos. Más responsables. Más libres.


No hay zen sin preceptos. Los preceptos, incluido el recato, son la médula del zen: la expresión natural de una mente clara y amorosa. Sin ellos es imposible vivir en paz, construir relaciones saludables y proteger el vínculo sagrado.

Los preceptos dan nacimiento a la atención amorosa, y la atención amorosa da nacimiento a la sabiduría.

Como decía el venerable Xūyún, si rompemos los preceptos, los fantasmas no dejarán de nosotros ni las huellas; es decir, seremos arrastrados por nuestros impulsos egoicos, por las voces destructivas que viven en nuestro interior, y acabaremos construyendo una vida profundamente desordenada y dolorosa.


El despertar no es una promesa vacía ni una fantasía espiritual. Es una transformación real, posible aquí y ahora, con este cuerpo, en esta vida. Podemos sanar nuestra insatisfacción, vivir en paz y construir relaciones sanas y gozosas.

No hay despertar más alto que cuidar, día tras día, de la persona que hemos escogido como compañera o compañero de vida. Sí, puede que tengamos vislumbres de la no-dualidad, que descubramos lo que somos más allá del ego. Pero todo eso es secundario.

Lo esencial es amar momento tras momento, elegir con claridad y vivir con honestidad y ternura. El despertar no es para después: es una posibilidad real aquí y ahora… si nos comprometemos de verdad con los preceptos, el recato y el método de práctica que hemos recibido.


No tiene sentido cambiar de método cada mes. Así jamás llegaremos a la cima de la montaña. Tampoco sacaremos agua si empezamos a cavar un nuevo pozo cada vez que nos encontramos con una piedra. Se trata de entregarse por completo al método que nuestro maestro —no el ego— considera adecuado para nosotros.

Como dijo Bodhidharma (siglo VI), el primer patriarca zen de China: solo uno entre un millón despierta sin maestro. En Zen Oviedo confiamos en la guía de nuestro abad, el maestro Ben Diez (Shì Chuán Fǎ): es él quien nos da el método de práctica adecuado. Perseverar en ese método —el que nos ha sido dado, no el que elegimos por capricho— es lo que permite que la práctica madure.

Intentarlo una y otra vez, durante diez mil años si hace falta, sin descanso. Esto es muy importante.



Última actualización: 5 de abril de 2025